Y para aquéllos que el título de este blog no les sugiera nada, diré que la esquina que conformaba los antiguos Almacenes El Águila (actualmente ocupada por la sucursal de una entidad bancaria) tuvo nombre y carta de naturaleza propia en el argot cofrade y semanasantero malagueño. Aún hoy, los itinerarios de muchas de nuestras hermandades incluyen ese ángulo de casi 90º situado entre las calles de Méndez Núñez y Granada y sigue siendo un interesante enclave para observar las maniobras que realizan los tronos.


sábado, 4 de mayo de 2013

Acerca de la calle Sancha de Lara

    La historia de una ciudad viene determinada, entre otros muchos aspectos, por sus calles; en ellas tienen lugar los aconteceres cotidianos y, en ocasiones, los extraordinarios, que , con el paso del tiempo, van conformando retazos de la historia particular y concreta de una sociedad.
    Con demasiada frecuencia transitamos por calles muy habituales para nosotros, pero cuyas denominaciones nos resultan en parte o absolutamente desconocidas. Tener acceso al origen o causa de los nombres del callejero, en muchas ocasiones, ayuda a profundizar en la historia local de Málaga y de los que han sido sus moradores. Qué duda cabe que resulta muy difícil, por no decir imposible, tener conocimiento de la totalidad de los nombres de las calles y de su ubicación, máxime con el amplio desarrollo que nuestra ciudad ha experimentado en las últimas décadas; sin embargo, quisiera en esta ocasión inaugurar un modesto capítulo, que, de cuando en cuando, trate sobre aspectos de nuestro callejero urbano. Aclararé que, salvo excepciones, deberé ceñirme a las calles más antiguas y de raigambre o, si se quiere, más denominadas céntricas, que son las que, a menudo, atesoran interesantes capítulos del devenir malacitano y de sus gentes.
    De todos es sabido que los motivos y razones para dar nombre a una calle o avenida pueden ser varios y que, en ocasiones (las más), experimentan cambios en sus denominaciones; posiblemente la razón principal de esas modificaciones o sustituciones se ha debido casi siempre a los fluctuantes signos políticos, frecuentemente poco o nada respetuosos con la historia y los sentimientos. En realidad, nada nuevo, ya lo practicaban los antiguos egipcios eliminando a golpe de cincel los nombres de aquellos que habían fenecido o caído en desgracia. La propaganda, antes y ahora, pretende así dar relieve al hecho que interesa, en detrimento del respeto al acervo cultural. ¡Cuánta satisfacción, confieso, me proporciona pasear por localidades con calles que, a modo de orgulloso blasón, reflejan el nombre antiguo como aditamento a la denominación actual!
    En lugar de dedicar esfuerzos a la eliminación de hechos, personajes u oficios desaparecidos y, por ende, hasta trastocar aspectos prácticos y cotidianos, lo correcto debería ser colocar la nueva designación, la que en ese momento se busque o interese, en una nueva vía roturada y aún  innombrada. Ésa y no otra es la forma de seguir contribuyendo a la historiografía provinciana, al menos, y no intentar borrar las huellas del pasado; pero, mucho me temo que la cortedad de luces, inherente, con frecuencia, a la condición humana hace que esto sea como echar margaritas a los cerdos.
    Sin más, tras esta vomitona catártica, procedo a abrir la antedicha sección con la céntrica calle Sancha de Lara. La vía de este nombre, sólo para aquéllos que no lo sepan, es la que une la del Marqués de Larios con la de Molina Lario, paralela a las de Bolsa y Strachan; ello hace que estas tres calles (Sancha de Lara, Bolsa y Strachan), a menudo, sean objeto de confusión entre sí por buena parte de la población. En realidad, la que nos ocupa no es demasiado antigua, porque su trazado arranca a raíz del ordenamiento de la calle Larios en 1891; hasta entonces, un dédalo de calles tortuosas englobaba sus alrededores, con salida por la calle del Ancla, calles frecuentadas por la marinería debido a su proximidad al puerto. Hasta que no se produjo su nuevo trazado, formaba parte de lo que se denominaba entonces Siete Revueltas, nombre muy acorde al laberinto que conformaban sus callejuelas.
    No obstante, y como sucede frecuentemente, la denominación de la nueva calle tomó el de Sancha de Lara por la cercanía a la actual Plaza del Obispo, lugar éste último donde residía una señora con este nombre. Justo frente a la fachada principal de la Catedral en un inmueble de generosas dimensiones, hoy desaparecido, vivía Doña Sancha de Lara allá por el siglo XVII. Era esta dama persona notable y acomodada, que por única familia tenía un sobrino llamado Alonso Torres y Sandoval, al que tenía en gran estima. Dicho joven, por su atractivo y nivel social, constituía el clásico buen partido para las muchachas casaderas del lugar y del momento; razón por la que su presencia era obligada y requerida en todos los eventos sociales, teniendo por ello a todas las chiquillas tras él, y entre ellas, la misma hija del entonces alcalde de la ciudad, Pedro Olaverría. Éste último, según parece, no hubiera hecho ascos a tal relación, pero el caso es que el mencionado Alonso no sentía el más mínimo interés por ello, lo que daría pie al conflicto.
    El enfrentamiento no se hizo esperar, sucedió en una función teatral. Era costumbre de la época que, cuando el primer edil hacía entrada en el teatro, los asistentes, en un acto de deferencia y respeto, se levantaran de sus asientos, algo que Alonso Torres omitió visiblemente, causando así la cólera del alcalde, quien, espoleado por su esposa ante tal afrenta, mandó prenderlo y encausarlo por este hecho y, de resultas, fue ejecutado con el garrote vil.
    Tamaña soberbia y tropelía no habrían de quedar impunes. Así debió pensar Doña Sancha de Lara, quien, sin remediar en gastos, hasta el punto de endeudarse, movió Roma con Santiago y no dudó en acudir a la Corte e implorar al mismísimo rey Felipe IV que se hiciera justicia. Conocedor de tales hechos, el monarca tomó cartas en el asunto y personó un enviado real, el corregidor Álvaro de Luna y Mendoza, a esclarecer lo sucedido. El fallo fue contundente, siete personas fueron juzgadas y ahorcadas en la plaza mayor de Málaga o de las cuatro calles (hoy Plaza de la Constitución, anteriormente de José Antonio), el alcalde, los jueces y el verdugo. Por esta razón, Doña Sancha de Lara, viendo así cumplida satisfacción y venganza, mandó esculpir en la fachada de su vivienda un medallón con siete cabezas, que representaban las de los otros tantos ajusticiados, a modo de recuerdo, trofeo y advertencia. Algunos afirman que la plaza del Obispo llegó a tener por nombre el de dicha señora y se tienen noticias que en 1860 hubo de demolerse tal casa, dado que amenazaba ruina, y, a partir de entonces, nada más se sabe de su persona y hacienda. 
    Hay quienes opinan que la historia está contaminada por visos de leyenda; sin embargo, en mi humilde opinión, le concedo bastantes rasgos de verosimilitud. No en balde, hay demasiados datos y nombres concretos como para restarle crédito. En cualquier caso, fuera como fuere, años más tarde la Ciudad quiso que su recuerdo perdurara designando la actual calle con el nombre de una mujer de carácter, que no se doblegó ante la flagrante injusticia.



calle Sancha de Lara años 40






Pena de garrote vil



2 comentarios:

  1. Me quedo helado:¡Hasta el verdugo pilló rasca!
    Dolorosa historia, una entre en las que el exceso se ahoga en sangre. Poco importa si fue leyenda: a buen seguro ignoramos tantas...
    Lo malo es que ya, cada vez que pase por ahí, se me vendrán a las mientes todos ellos. Ya sabes que, para ciertas cosas, este gradiador es muy sensible.

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  2. ¡ Tantas crónicas negras encerrarán lugares que nos son familiares !

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