Y para aquéllos que el título de este blog no les sugiera nada, diré que la esquina que conformaba los antiguos Almacenes El Águila (actualmente ocupada por la sucursal de una entidad bancaria) tuvo nombre y carta de naturaleza propia en el argot cofrade y semanasantero malagueño. Aún hoy, los itinerarios de muchas de nuestras hermandades incluyen ese ángulo de casi 90º situado entre las calles de Méndez Núñez y Granada y sigue siendo un interesante enclave para observar las maniobras que realizan los tronos.


lunes, 27 de mayo de 2013

¿ Cada 200 años ?

     Acabo de leer una noticia en el diario "La Voz de Galicia" en la que un canal francés (Meteo) pronostica que en 2013 " el oeste de Europa sufrirá unos meses estivales con frío y lluvias, el peor verano que se recuerda desde 1816". ¡Ya es mala suerte, si se cumple la predicción !  Y no parece que sea un hecho casual, los científicos aportan elementos que justifican tales fenómenos. 
     A mí, entre otras consideraciones, me ha llamado la atención que casi median 200 años, casi 40 lustros, entre  el último registro, 1816, y el año en que nos encontramos. Esta circunstancia, sin duda, me recuerda algo también curioso; otro tipo de fenomenología bien distinta y más terrible, que nos visita también a intervalos parecidos. Me refiero concretamente a los seísmos y a nuestra provincia de Málaga.
    No pretendo en modo alguno ser agorero ni mucho menos meter miedo a nadie. Tan sólo me limitaré a exponer una serie de sucesos acontecidos, que, de manera directa o indirecta, afectaron a nuestra ciudad, a la provincia y, por extensión, a la región andaluza.

     Hagamos un poco de historia, retrocedamos en el tiempo. 26 de Enero de 1494, han transcurrido cinco años de la toma de Málaga por los ejércitos cristianos. La tierra tiembla, sembrando el terror en la población, la mayor parte de las casas se destruyeron y las torres y las murallas de la ciudad sufrieron grandes daños. Se conserva la documentación de la época en la que el Corregidor pone en conocimiento de los monarcas el triste suceso; por esta razón, los reyes Católicos deciden prolongar la franquicia de impuestos a la ciudad por dos años más para contribuir a reparar los efectos del seísmo, que tuvo como epicentro Málaga con una intensidad VIII en la escala EMS-98.

     1680, 9 de Octubre 07,15 hs., de la mañana. Un terrible seísmo, que tuvo como epicentro la Sierra de Aguas, entre las localidades de Álora y Carratraca, asola Málaga. Su intensidad  9, en una escala de 10. Fue uno de los más destructivos de España y se llegó a sentir en Madrid. El estudio de una especialista, la doctora Tatiana Goded le asigna una profundidad media de 40 kilómetros. El 20% de las casas de Málaga capital quedaron destruidas y un 30% inhabitables. Murieron setenta personas y resultaron heridas más de 250.
     Este terremoto fue ampliamente descrito en el informe que la Ciudad remitió al rey Carlos II y decía así:

"Miércoles nueve de octubre, día de San Dionisio Areopagita, a las siete y cuarto de la mañana se experimentó en Málaga un temblor de tierra con tan extraordinarios movimientos, que todos los edificios parecían cañas, combatidas de recios y encontrados vientos, sin que hubiere fábrica tan firme que resistirse a su violencia pues del quicio, y abrió lo más grueso de las murallas, y en el breve tiempo que se pudiera rezar un credo, fue tan grande y tan general el estrago, que de las seis partes de casas que compone esta ciudad, están las cinco asoladas e inhabitables, y las demás desplomadas que continúa el susto."

     De todos los edificios, se sabe, que solo la catedral no sufrió daños. En el mar, los marinos a bordo de los barcos temieron por sus vidas por el maremoto que provocó, y afirmaron que hasta los peces fueron expulsados del mar hacia la tierra. Siguiendo con el magnífico e interesante estudio de la doctora Goded," la información es tan detallada que ha sido posible analizar los daños en cada una de las cuatro parroquias en que estaba dividida la ciudad (San Juan, santos Mártires, Sagrario y Santiago), así como los daños producidos en 36 monumentos de la ciudad". Este seísmo, de considerables proporciones, pasará a la historia como el Terremoto de Málaga de 1680.

    1884, 25 de diciembre, Arenas del Rey, localidad de Granada, fue el epicentro de un seísmo de 10 segundos de duración. El temblor tuvo una magnitud cercana a los 6,5  grados en la escala de Richter, su origen alrededor de los 40 kilómetros bajo tierra. En aquella ocasión el número de víctimas mortales rondó el número de 1000 y aproximadamente el doble de heridos. Se le conoce como el gran Terremoto de Andalucía, que alcanzó una expansión de 120 x 70 Km cuadrados, afectando a unos cien núcleos urbanos de Granada y Málaga.
    Nuevamente merece la pena recurrir a las palabras más autorizadas para hacerse una idea de lo sucedido: "...además del desprendimiento de rocas, causado por el temblor hay que sumar los deslizamientos de los estratos superiores del terreno...(que) fueron acompañados de la formación de numerosas grietas. A la sacudida más importante le siguieron varias sacudidas más en los días posteriores, alguna de cierta intensidad, esto hizo que la gente se echara a la calle, y el que se quedaba en su casa lo hacía con las puertas abiertas, a pesar del intenso frío. Dadas las comunicaciones existentes en aquella época y la ubicación de los pueblos, hasta el día 27 de ese mes no se conoció con exactitud el daño sufrido. Ese mismo día, la Diputación Provincial envió una comisión informativa que recogió lo ocurrido. El día 29 de diciembre, el periódico "El Defensor de Granada" pidió auxilio en prensa nacional, pero como aún no se había extendido la noticia, la alarma fue interpretada en Madrid como una exageración andaluza, por lo que la ayuda siguió retrasándose. Durante los 3 o 4 días siguientes al terremoto cada familia tuvo que subsistir con sus escasos medios, con lo que murieron más personas de las provocadas por el terremoto en sí. Además, a los pocos días sobrevino una de las mayores nevadas que se recuerda en España, empeorando la situación".

   Quienes lean ésto, comprenderán que pase por alto lo de la "exageración andaluza" porque ello contribuiría a que a más de uno se le revuelvan las tripas más de lo debido.

     El 28 de Febrero de 2011, el Presidente del Colegio Oficial de Geólogos (ICOG), Luis Suárez, advertía en prensa escrita que aunque España no vive un momento "especialmente intenso en seísmos", un terremoto destructivo podría llegar "próximamente, en un futuro no muy lejano", parecido al vivido en 1884. "Hoy todavía no disponemos de instrumentos para saber con precisión cuando se va originar un terremoto, por eso se recurre la estadística histórica". Continuaba señalando a Europa Press que las zonas de mayor riesgo se concentran en Andalucía y Murcia, sin olvidar el terremoto de Torrevieja (Alicante) de 1829, que tuvo una intensidad de 6,9 grados y dejó 400 muertos.
La explicación es clara: el sur de la península Ibérica se encuentra sobre un área de subducción entre la placa Euroasiática y la Africana, estando en medio la placa del Mar de Alborán, concentrando el mayor índice de terremotos. "Casi todos los días se registran microterremotos en el sur peninsular pero ninguna relevante, ya que no suelen superar los 4 grados en la escala Richter". Y yo, profano en la materia, añado que afortunadamente, porque ello posibilita liberaciones paulatinas, y sin consecuencias, de energía destructiva. No obstante, queda claro que no es suficiente, que periódicamente esa actividad sísmica se incrementa y da lugar a la catástrofe.
     ¡Qué poco erró el Presidente del ICOG! Sus palabras fueron premonitorias, la estadística, que todo papel soporta, se cumplía apenas tres meses más tarde: 11 de mayo de 2011 , Lorca, Murcia. Un primer seísmo, de 4,5 fue seguido de otro de 5,1 casi dos horas más tarde. Su especial virulencia no fue debido tanto a sus magnitudes, sino a su escaso y poco frecuente hipocentro, profundidad de origen, tan sólo a 1000 metros bajo tierra. Su extremada superficialidad fue la principal causante de la devastación que arrasó Lorca. 
      El seísmo se dejó sentir en todo el sureste peninsular, especialmente en la región de Murcia, sin embargo Almería, Albacete, Granada, Jaén, Málaga, Alicante, Ciudad Real y algunas zonas de la ciudad de Madrid, donde el tipo de suelo amplifica los movimientos en ciertos barrios, también fueron testigos de excepción del fenómeno.
     Mucho se ha escrito sobre este reciente y triste suceso, pero parecen ponerse de acuerdo los sismólogos en que el terremoto fue resultado directo de una falla de desgarre cercana a otra falla mayor, la de Alhama de Murcia.
   Cabe hacerse la siguiente pregunta ¿podemos, a grandes rasgos, contar con otro buen puñado de años de relativa tranquilidad en el sureste peninsular, tomando el terremoto de Lorca como punto de arranque cronológico u otro gran seísmo está por llegar? Por otra parte, los sismólogos y vulcanólogos indican que los temblores y fenómenos de la isla canaria del Hierro no parecen tener relación alguna, la ubicación y causas son bien distintas. 

    De los terremotos registrados y que afectaron a Málaga, uno de ellos, el de 1884, nos dejó un recuerdo imborrable para propios y extraños. El famoso obelisco de piedra, que se alza en el centro de nuestra famosa Plaza de la Merced, tiene ligeramente desplazado, como consecuencia del temblor, el bloque superior. Y, curiosamente, pese a las posteriores restauraciones que ha experimentado desde entonces, se ha respetado la anomalía sufrida. Ojalá sirviera como talismán protector, porque ¿realmente estamos seguros?





                                                      Mapa de peligrosidad sísmica  
                                               





                                                       Obelisco Pza. de la Merced (Málaga)











viernes, 17 de mayo de 2013

Alguna luz sobre nuestra Farola





     Desde tiempos remotos, los faros han guiado a los navegantes en sus travesías cercanas a la costa. Actualmente, pese a las nuevas tecnologías como el radar y el GPS, siguen siendo importantes puntos de referencia para el tráfico marítimo.
    Al margen de su concepto claramente utilitarista, los faros constituyen elementos distintivos entre sí en lo tocante a un lenguaje que a los profanos en la materia no nos dice nada, pero que los marinos saben interpretar y así quedan reflejados en las cartas naúticas. Por razones lógicas, se encuentran todos ellos ubicados en enclaves especiales de la topografía costera y, me atrevería a decir, que dichas localizaciones han experimentado pocos cambios a lo largo de la historia de la navegación. Los hay cuyo objetivo, amén de situar siempre una posición concreta,  es remarcar lugares de especial riesgo y así se encuentran diseminados a lo largo y ancho de toda la geografía.
    La particular situación de Málaga, por su proximidad al estrecho de Gibraltar, siempre ha representado una importante referencia marítima para los navegantes a través de todos los tiempos. Del mismo modo, su amplia bahía con su puerto, constituye un lugar seguro y de refugio ante la eventualidad de temporales, hoy menos inesperados, gracias a unos partes meteorológicos cada vez más sofisticados y precisos.
    De cualquier forma, se tiene constancia de que Málaga siempre ha contado con luminarias que han servido de guía en la negra oscuridad del mar. Si bien todo apunta a que las primitivas señales lumínicas procedían del promontorio natural de Gibralfaro, posteriormente éstas se trasladaron a una posición más baja en el terreno, pero más próxima al mar. Con anterioridad a 1815 existía una grúa de madera de la que pendía un modesto farol; sabemos que, a menudo, el encargado del mantenimiento de dicho fanal, en aras del ahorro del aceite que servía de combustible, lo apagaba con las consiguientes quejas y naturales improperios de los capitanes de embarcaciones. Para remediar tal situación, la Ciudad, de una vez por todas, decidió acometer la construcción de un elemento más seguro y acorde con los nuevos tiempos imperantes. Se encargó a un coruñés, ingeniero de la Armada por más señas,  Joaquín María Pery y Guzmán, la dirección de las obras de edificación de la Farola de Málaga. Dos años (1816-1817)  serían suficientes para la ejecución  del que hoy, sin lugar a dudas, es un elemento con señas de identidad propias. Originalmente, se alimentaba con leña traída de las Atarazanas y su cúpula era de cobre, siendo sustituida ésta posteriormente por el cristal.  
    Pertenece la Farola al tipo de faro de recalada o arribada a puerto marítimo; actualmente, también sirve como ayuda y baliza para el tráfico aéreo y se encuentra a 38 metros sobre el nivel del mar y a 33 metros sobre el suelo. Desde su construcción ha sufrido distintos percances por causas varias; una de ellas, el terremoto que sacudió a la ciudad en 1884, inutilizó su mecanismo, hasta que en 1913 se arregló éste, así como su óptica, quedando definida su característica señal luminosa de 3+1 destellos cada 20 segundos, con un alcance visual de 25 millas naúticas en condiciones óptimas. Una lámpara de 1500 watios, gracias a sus lentes, consigue que el haz de luz salga multiplicado y alcance una potencia superior a los tres millones. Se hace necesario subir 168 escalones para realizar comprobaciones acerca del estado de la lámpara y control de la maquinaria, aunque esas labores se han ido automatizando cada vez más.
    Ha sufrido algunas remodelaciones en su conjunto exterior para hacerle ganar altura (1909 añadido de un piso). El 28 de diciembre de 1911, la portada del periódico “La Unión Ilustrada” la mostró totalmente desmochada a causa de una ola gigante; tal inocentada provocó que más de un lector corriera atónito en dirección al puerto. Importantes sí fueron los daños sufridos durante la guerra civil, debiendo ser reconstruida en 1939. Como detalle curioso, decir que, durante la misma, la Comandancia de Marina, todavía a las órdenes del Gobierno de la República, mandó que se apagara, dado que su silueta podía servir de referencia inequívoca para los ataques aéreos y marítimos del ejército sublevado. Del mismo modo, se decidió pintarla de color tierra con manchas claras y oscuras para contribuir a su camuflaje.
    Por último, cabe señalar que a ningún malagueño, que se tenga por tal, se le ocurriría llamar faro a nuestra farola. Es el único en nuestro territorio peninsular que recibe esa denominación femenina; posiblemente, su peculiar forma menos estilizada y sí más redondeada (cual bata de cola), sea la razón o quizás nuestra habitual tendencia a femineizar todo lo bonito y atractivo de esta tierra nuestra. Al hablar de este tema , es obligado mencionar que existen dos farolas españolas más, cada una en nuestros archipiélagos : “Sa Farola” (La Farola) en Ciudadela, Menorca y “La Farola del Mar” en Santa Cruz de Tenerife, Canarias. Esta última cantada en una célebre isa, que también refleja  la escasez del gas que debió en el pasado impedir, de vez en cuando, su natural lucimiento. (Si esta noche no alumbra…).
    





En el pasado






Vigía de la costa






                                                    Luciendo espléndida en la noche






El photoshop no es nuevo





                                                            `Sa Farola´ Ciudadela (Menorca)





"La Farola del Mar" Sta. Cruz de Tenerife 



                                         


Repertorio de Isas

martes, 7 de mayo de 2013

El fuego de la sinrazón


     11 de mayo de 1931. Aún no ha transcurrido un mes de la proclamación de la II República. En la Regla 3ª del estatuto Jurídico del gobierno Provisional, promulgado el mismo día 14 de abril, y hecho público al día siguiente en el diario oficial, la gaceta de Madrid, se proclamó la libertad de cultos:

    "El Gobierno provisional hace pública su decisión de respetar de manera plena la conciencia individual mediante la libertad de creencias y cultos, sin que el Estado, en momento alguno, pueda pedir al ciudadano revelación de sus convicciones religiosas".

     Así las cosas, el 24 de abril el nuncio apostólico Federico Tedeschini envió un telegrama a todos los obispos en el que les transmitía el "deseo de la Santa Sede de que recomendasen a todos los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles de sus diócesis que respetasen los poderes constituídos y obedeciesen a ellos para el mantenimiento del orden y para el bien común".
    El 10 de mayo de 1931 en Madrid empezaron los primeros signos de tensión y enfrentamientos callejeros. El primero en el equipo del Gobierno en adivinar el peligro que se cernía fue Miguel Maura, Ministro de Gobernación, quien comunicó al Presidente Niceto Alcalá Zamora y al Ministro de la Guerra Manuel Azaña haber recibido información, a través de un capitán del ejército, de que algunos jóvenes del Ateneo de Madrid estaban preparándose para quemar edificios religiosos al día siguiente, a lo que Azaña contestó que eran "tonterías" y que, en el supuesto caso, sería una muestra de "justicia inmanente".
     La "justicia inmanente" comenzó en la Residencia de los Jesuitas el 11 de mayo. La casa profesa de esta orden ardía mientras el Gobierno estaba reunido, el cual volvió a desoir las recomendaciones de Maura sobre desplegar a la Guardia Civil. Azaña llegó a manifestar entonces que " todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano", amenazando con dimitir "si hay un solo herido en Madrid por esa estupidez". Más tarde Maura diría que a otro ministro le hizo gracia que fuesen los jesuitas los primeros en pagar "tributo" al "pueblo soberano".Sin duda, la pasividad del gobierno permitió que las turbas quemaran más de una decena de edificios religiosos en Madrid y con ellos desaparecieron obras de arte de incalculable valor. 
     Ésta fue, a grandes rasgos, la chispa que, al día siguiente martes 12 de mayo, como una epidemia marcó a sangre y fuego buena parte del territorio nacional. Mientras  Madrid recuperaba rápidamente la calma, muchas poblaciones del sur y del este experimentaban el odio y el escarnio bajo las llamas voraces de la estulticia y la más absoluta de las barbaries.Los sucesos más graves se produjeron en Málaga. El saldo total, en lo artístico, irreparable e imposible de cuantificar.
    Han corrido ríos de tinta y se han escrito muy buenos y documentados libros al respecto, a los que siempre el lector interesado puede dirigirse, si lo desea. Mi pretensión acaba aquí; a partir de ahora, aunque de manera sintética, hablarán las imágenes y sobrarán las palabras. Un deseo final: que aquellos tristes y vergonzosos sucesos sirvan para que no se vuelvan a repetir.









                                     
                                                     Mapa de las localidades más afectadas











Ejemplo de mofa y escarnio de los milicianos






Interior de templo






                                                                  Iglesia de la Merced






Iglesia de la Merced





                                                                  Palacio Episcopal





                                                                Iglesia de San Juan





Iglesia de Santo Domingo



     Razones muy poderosas y fuertes tenían don Gregorio Marañón, don José Ortega y Gasset y don Ramón Pérez de Ayala que, sin abdicar un ápice de sus ideas republicanas, no tuvieron el menor reparo en escribir y firmar que “ Quemar conventos e iglesias no demuestra verdadero celo republicano, espíritu de avanzada, sino más bien un fetichismo primitivo o criminal”.


lunes, 6 de mayo de 2013

Pietro Mascagni o el problema de conocer el éxito tempranamente


    Seguramente el joven Mascagni hubiera deseado que las cosas hubieran sido de otro modo. Haber tocado el cielo con las manos con su primera ópera, "Cavalleria Rusticana", le dolería hasta su muerte en su habitación del Hotel Plaza en Roma.
     Si le hubieran dado a elegir, es posible que hubiera preferido que su más genial y aclamada ópera se la hubieran inspirado las musas a una edad más avanzada, tras un período inicial de pequeños triunfos y otros tantos fracasos, como fruto de una labor de rodaje y aprendizaje; pero el destino no lo quiso así, con tan sólo 27 años pasó del más completo anonimato a saborear las mieles del éxito. 
     La editorial musical Sonzogno, de Milán, en 1889 le otorgó el premio  del concurso de óperas breves, el cual incluía el estreno de la misma en el Teatro Costanzi de Roma (mayo de 1890). Fue un éxito rotundo, Pietro Mascagni tuvo que salir a saludar treinta y cuatro veces y su fama trascendió todas las fronteras. Con él nacía la ópera verista, un mundo nuevo se abría a sus pies y fueron muchos los compositores contemporáneos que se apresuraron a seguir su senda. Sin embargo, ninguna de sus obras posteriores alcanzaría el brillo de su ópera prima, lo intentó hasta el paroxismo y la veleidosa fortuna lo esquivó. Una importante carrera de director de orquesta le llevaría por toda Europa, (dirigió Don Giovanni de Mozart en el Teatro Real de Madrid) y en todas sus giras intentaba "colocar" sus óperas nuevas, pero ya los aplausos eran fugaces.
    Mascagni, a decir de algunos críticos, perteneció a lo que dan en llamar "one-opera man" (como Leoncavallo con su ópera Pagliacci, entre otros). No obstante su gran valor reside en la influencia que produjo su estilo. Su último gran error fue militar en las filas del fascismo, convirtiéndose en el músico del régimen. Lo pagaría caro con su ostracismo final, al morir solo y marginado, poco después de la guerra, en el citado hotel, por cierto, de escasa categoría.
    De sus 15 óperas/operetas le bastó solo un melodrama de un solo acto, "Cavalleria Rusticana", para pasar a la eternidad musical . De las cien óperas más representadas en el mundo, ésta ocupa el puesto nº 27 y, entre otras muchas ocasiones, se utilizó en la película El Padrino III. Solo el pasaje del "intermezzo" de Cavalleria es de una belleza superlativa.
     Sit tibi terra levis.













                                         




sábado, 4 de mayo de 2013

Acerca de la calle Sancha de Lara

    La historia de una ciudad viene determinada, entre otros muchos aspectos, por sus calles; en ellas tienen lugar los aconteceres cotidianos y, en ocasiones, los extraordinarios, que , con el paso del tiempo, van conformando retazos de la historia particular y concreta de una sociedad.
    Con demasiada frecuencia transitamos por calles muy habituales para nosotros, pero cuyas denominaciones nos resultan en parte o absolutamente desconocidas. Tener acceso al origen o causa de los nombres del callejero, en muchas ocasiones, ayuda a profundizar en la historia local de Málaga y de los que han sido sus moradores. Qué duda cabe que resulta muy difícil, por no decir imposible, tener conocimiento de la totalidad de los nombres de las calles y de su ubicación, máxime con el amplio desarrollo que nuestra ciudad ha experimentado en las últimas décadas; sin embargo, quisiera en esta ocasión inaugurar un modesto capítulo, que, de cuando en cuando, trate sobre aspectos de nuestro callejero urbano. Aclararé que, salvo excepciones, deberé ceñirme a las calles más antiguas y de raigambre o, si se quiere, más denominadas céntricas, que son las que, a menudo, atesoran interesantes capítulos del devenir malacitano y de sus gentes.
    De todos es sabido que los motivos y razones para dar nombre a una calle o avenida pueden ser varios y que, en ocasiones (las más), experimentan cambios en sus denominaciones; posiblemente la razón principal de esas modificaciones o sustituciones se ha debido casi siempre a los fluctuantes signos políticos, frecuentemente poco o nada respetuosos con la historia y los sentimientos. En realidad, nada nuevo, ya lo practicaban los antiguos egipcios eliminando a golpe de cincel los nombres de aquellos que habían fenecido o caído en desgracia. La propaganda, antes y ahora, pretende así dar relieve al hecho que interesa, en detrimento del respeto al acervo cultural. ¡Cuánta satisfacción, confieso, me proporciona pasear por localidades con calles que, a modo de orgulloso blasón, reflejan el nombre antiguo como aditamento a la denominación actual!
    En lugar de dedicar esfuerzos a la eliminación de hechos, personajes u oficios desaparecidos y, por ende, hasta trastocar aspectos prácticos y cotidianos, lo correcto debería ser colocar la nueva designación, la que en ese momento se busque o interese, en una nueva vía roturada y aún  innombrada. Ésa y no otra es la forma de seguir contribuyendo a la historiografía provinciana, al menos, y no intentar borrar las huellas del pasado; pero, mucho me temo que la cortedad de luces, inherente, con frecuencia, a la condición humana hace que esto sea como echar margaritas a los cerdos.
    Sin más, tras esta vomitona catártica, procedo a abrir la antedicha sección con la céntrica calle Sancha de Lara. La vía de este nombre, sólo para aquéllos que no lo sepan, es la que une la del Marqués de Larios con la de Molina Lario, paralela a las de Bolsa y Strachan; ello hace que estas tres calles (Sancha de Lara, Bolsa y Strachan), a menudo, sean objeto de confusión entre sí por buena parte de la población. En realidad, la que nos ocupa no es demasiado antigua, porque su trazado arranca a raíz del ordenamiento de la calle Larios en 1891; hasta entonces, un dédalo de calles tortuosas englobaba sus alrededores, con salida por la calle del Ancla, calles frecuentadas por la marinería debido a su proximidad al puerto. Hasta que no se produjo su nuevo trazado, formaba parte de lo que se denominaba entonces Siete Revueltas, nombre muy acorde al laberinto que conformaban sus callejuelas.
    No obstante, y como sucede frecuentemente, la denominación de la nueva calle tomó el de Sancha de Lara por la cercanía a la actual Plaza del Obispo, lugar éste último donde residía una señora con este nombre. Justo frente a la fachada principal de la Catedral en un inmueble de generosas dimensiones, hoy desaparecido, vivía Doña Sancha de Lara allá por el siglo XVII. Era esta dama persona notable y acomodada, que por única familia tenía un sobrino llamado Alonso Torres y Sandoval, al que tenía en gran estima. Dicho joven, por su atractivo y nivel social, constituía el clásico buen partido para las muchachas casaderas del lugar y del momento; razón por la que su presencia era obligada y requerida en todos los eventos sociales, teniendo por ello a todas las chiquillas tras él, y entre ellas, la misma hija del entonces alcalde de la ciudad, Pedro Olaverría. Éste último, según parece, no hubiera hecho ascos a tal relación, pero el caso es que el mencionado Alonso no sentía el más mínimo interés por ello, lo que daría pie al conflicto.
    El enfrentamiento no se hizo esperar, sucedió en una función teatral. Era costumbre de la época que, cuando el primer edil hacía entrada en el teatro, los asistentes, en un acto de deferencia y respeto, se levantaran de sus asientos, algo que Alonso Torres omitió visiblemente, causando así la cólera del alcalde, quien, espoleado por su esposa ante tal afrenta, mandó prenderlo y encausarlo por este hecho y, de resultas, fue ejecutado con el garrote vil.
    Tamaña soberbia y tropelía no habrían de quedar impunes. Así debió pensar Doña Sancha de Lara, quien, sin remediar en gastos, hasta el punto de endeudarse, movió Roma con Santiago y no dudó en acudir a la Corte e implorar al mismísimo rey Felipe IV que se hiciera justicia. Conocedor de tales hechos, el monarca tomó cartas en el asunto y personó un enviado real, el corregidor Álvaro de Luna y Mendoza, a esclarecer lo sucedido. El fallo fue contundente, siete personas fueron juzgadas y ahorcadas en la plaza mayor de Málaga o de las cuatro calles (hoy Plaza de la Constitución, anteriormente de José Antonio), el alcalde, los jueces y el verdugo. Por esta razón, Doña Sancha de Lara, viendo así cumplida satisfacción y venganza, mandó esculpir en la fachada de su vivienda un medallón con siete cabezas, que representaban las de los otros tantos ajusticiados, a modo de recuerdo, trofeo y advertencia. Algunos afirman que la plaza del Obispo llegó a tener por nombre el de dicha señora y se tienen noticias que en 1860 hubo de demolerse tal casa, dado que amenazaba ruina, y, a partir de entonces, nada más se sabe de su persona y hacienda. 
    Hay quienes opinan que la historia está contaminada por visos de leyenda; sin embargo, en mi humilde opinión, le concedo bastantes rasgos de verosimilitud. No en balde, hay demasiados datos y nombres concretos como para restarle crédito. En cualquier caso, fuera como fuere, años más tarde la Ciudad quiso que su recuerdo perdurara designando la actual calle con el nombre de una mujer de carácter, que no se doblegó ante la flagrante injusticia.



calle Sancha de Lara años 40






Pena de garrote vil