Y para aquéllos que el título de este blog no les sugiera nada, diré que la esquina que conformaba los antiguos Almacenes El Águila (actualmente ocupada por la sucursal de una entidad bancaria) tuvo nombre y carta de naturaleza propia en el argot cofrade y semanasantero malagueño. Aún hoy, los itinerarios de muchas de nuestras hermandades incluyen ese ángulo de casi 90º situado entre las calles de Méndez Núñez y Granada y sigue siendo un interesante enclave para observar las maniobras que realizan los tronos.


martes, 7 de mayo de 2013

El fuego de la sinrazón


     11 de mayo de 1931. Aún no ha transcurrido un mes de la proclamación de la II República. En la Regla 3ª del estatuto Jurídico del gobierno Provisional, promulgado el mismo día 14 de abril, y hecho público al día siguiente en el diario oficial, la gaceta de Madrid, se proclamó la libertad de cultos:

    "El Gobierno provisional hace pública su decisión de respetar de manera plena la conciencia individual mediante la libertad de creencias y cultos, sin que el Estado, en momento alguno, pueda pedir al ciudadano revelación de sus convicciones religiosas".

     Así las cosas, el 24 de abril el nuncio apostólico Federico Tedeschini envió un telegrama a todos los obispos en el que les transmitía el "deseo de la Santa Sede de que recomendasen a todos los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles de sus diócesis que respetasen los poderes constituídos y obedeciesen a ellos para el mantenimiento del orden y para el bien común".
    El 10 de mayo de 1931 en Madrid empezaron los primeros signos de tensión y enfrentamientos callejeros. El primero en el equipo del Gobierno en adivinar el peligro que se cernía fue Miguel Maura, Ministro de Gobernación, quien comunicó al Presidente Niceto Alcalá Zamora y al Ministro de la Guerra Manuel Azaña haber recibido información, a través de un capitán del ejército, de que algunos jóvenes del Ateneo de Madrid estaban preparándose para quemar edificios religiosos al día siguiente, a lo que Azaña contestó que eran "tonterías" y que, en el supuesto caso, sería una muestra de "justicia inmanente".
     La "justicia inmanente" comenzó en la Residencia de los Jesuitas el 11 de mayo. La casa profesa de esta orden ardía mientras el Gobierno estaba reunido, el cual volvió a desoir las recomendaciones de Maura sobre desplegar a la Guardia Civil. Azaña llegó a manifestar entonces que " todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano", amenazando con dimitir "si hay un solo herido en Madrid por esa estupidez". Más tarde Maura diría que a otro ministro le hizo gracia que fuesen los jesuitas los primeros en pagar "tributo" al "pueblo soberano".Sin duda, la pasividad del gobierno permitió que las turbas quemaran más de una decena de edificios religiosos en Madrid y con ellos desaparecieron obras de arte de incalculable valor. 
     Ésta fue, a grandes rasgos, la chispa que, al día siguiente martes 12 de mayo, como una epidemia marcó a sangre y fuego buena parte del territorio nacional. Mientras  Madrid recuperaba rápidamente la calma, muchas poblaciones del sur y del este experimentaban el odio y el escarnio bajo las llamas voraces de la estulticia y la más absoluta de las barbaries.Los sucesos más graves se produjeron en Málaga. El saldo total, en lo artístico, irreparable e imposible de cuantificar.
    Han corrido ríos de tinta y se han escrito muy buenos y documentados libros al respecto, a los que siempre el lector interesado puede dirigirse, si lo desea. Mi pretensión acaba aquí; a partir de ahora, aunque de manera sintética, hablarán las imágenes y sobrarán las palabras. Un deseo final: que aquellos tristes y vergonzosos sucesos sirvan para que no se vuelvan a repetir.









                                     
                                                     Mapa de las localidades más afectadas











Ejemplo de mofa y escarnio de los milicianos






Interior de templo






                                                                  Iglesia de la Merced






Iglesia de la Merced





                                                                  Palacio Episcopal





                                                                Iglesia de San Juan





Iglesia de Santo Domingo



     Razones muy poderosas y fuertes tenían don Gregorio Marañón, don José Ortega y Gasset y don Ramón Pérez de Ayala que, sin abdicar un ápice de sus ideas republicanas, no tuvieron el menor reparo en escribir y firmar que “ Quemar conventos e iglesias no demuestra verdadero celo republicano, espíritu de avanzada, sino más bien un fetichismo primitivo o criminal”.


2 comentarios:

  1. Capítulo inmensamente triste. Cuando ciertas personas que lo presenciaron me lo contaban sentía la pena de los desastres: impotencia y lamento por lo irrecuperable -y no califico de irrecuperable solamente el patrimonio artístico-. Heridas de tal calibre dejan siempre una cicatriz.
    Lástima que la gente joven, en su mayoría, no sepan nada de esto...

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  2. ¡Pero gracias a blogs como este algunos ya lo sabemos!

    Muy chula la pieza musical, le va muy bien a las fotos, que impresionan mucho.

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