Desde tiempos remotos, los faros han guiado a los navegantes en sus travesías cercanas a la costa. Actualmente, pese a las nuevas tecnologías como el radar y el GPS, siguen siendo importantes puntos de referencia para el tráfico marítimo.
Al margen de su concepto claramente utilitarista, los faros constituyen elementos distintivos entre sí en lo tocante a un lenguaje que a los profanos en la materia no nos dice nada, pero que los marinos saben interpretar y así quedan reflejados en las cartas naúticas. Por razones lógicas, se encuentran todos ellos ubicados en enclaves especiales de la topografía costera y, me atrevería a decir, que dichas localizaciones han experimentado pocos cambios a lo largo de la historia de la navegación. Los hay cuyo objetivo, amén de situar siempre una posición concreta, es remarcar lugares de especial riesgo y así se encuentran diseminados a lo largo y ancho de toda la geografía.
La particular situación de Málaga, por su proximidad al estrecho de Gibraltar, siempre ha representado una importante referencia marítima para los navegantes a través de todos los tiempos. Del mismo modo, su amplia bahía con su puerto, constituye un lugar seguro y de refugio ante la eventualidad de temporales, hoy menos inesperados, gracias a unos partes meteorológicos cada vez más sofisticados y precisos.
De cualquier forma, se tiene constancia de que Málaga siempre ha contado con luminarias que han servido de guía en la negra oscuridad del mar. Si bien todo apunta a que las primitivas señales lumínicas procedían del promontorio natural de Gibralfaro, posteriormente éstas se trasladaron a una posición más baja en el terreno, pero más próxima al mar. Con anterioridad a 1815 existía una grúa de madera de la que pendía un modesto farol; sabemos que, a menudo, el encargado del mantenimiento de dicho fanal, en aras del ahorro del aceite que servía de combustible, lo apagaba con las consiguientes quejas y naturales improperios de los capitanes de embarcaciones. Para remediar tal situación, la Ciudad , de una vez por todas, decidió acometer la construcción de un elemento más seguro y acorde con los nuevos tiempos imperantes. Se encargó a un coruñés, ingeniero de la Armada por más señas, Joaquín María Pery y Guzmán, la dirección de las obras de edificación de la Farola de Málaga. Dos años (1816-1817) serían suficientes para la ejecución del que hoy, sin lugar a dudas, es un elemento con señas de identidad propias. Originalmente, se alimentaba con leña traída de las Atarazanas y su cúpula era de cobre, siendo sustituida ésta posteriormente por el cristal.
Pertenece la Farola al tipo de faro de recalada o arribada a puerto marítimo; actualmente, también sirve como ayuda y baliza para el tráfico aéreo y se encuentra a 38 metros sobre el nivel del mar y a 33 metros sobre el suelo. Desde su construcción ha sufrido distintos percances por causas varias; una de ellas, el terremoto que sacudió a la ciudad en 1884, inutilizó su mecanismo, hasta que en 1913 se arregló éste, así como su óptica, quedando definida su característica señal luminosa de 3+1 destellos cada 20 segundos, con un alcance visual de 25 millas naúticas en condiciones óptimas. Una lámpara de 1500 watios, gracias a sus lentes, consigue que el haz de luz salga multiplicado y alcance una potencia superior a los tres millones. Se hace necesario subir 168 escalones para realizar comprobaciones acerca del estado de la lámpara y control de la maquinaria, aunque esas labores se han ido automatizando cada vez más.
Ha sufrido algunas remodelaciones en su conjunto exterior para hacerle ganar altura (1909 añadido de un piso). El 28 de diciembre de 1911, la portada del periódico “La Unión Ilustrada ” la mostró totalmente desmochada a causa de una ola gigante; tal inocentada provocó que más de un lector corriera atónito en dirección al puerto. Importantes sí fueron los daños sufridos durante la guerra civil, debiendo ser reconstruida en 1939. Como detalle curioso, decir que, durante la misma, la Comandancia de Marina, todavía a las órdenes del Gobierno de la República , mandó que se apagara, dado que su silueta podía servir de referencia inequívoca para los ataques aéreos y marítimos del ejército sublevado. Del mismo modo, se decidió pintarla de color tierra con manchas claras y oscuras para contribuir a su camuflaje.
Por último, cabe señalar que a ningún malagueño, que se tenga por tal, se le ocurriría llamar faro a nuestra farola. Es el único en nuestro territorio peninsular que recibe esa denominación femenina; posiblemente, su peculiar forma menos estilizada y sí más redondeada (cual bata de cola), sea la razón o quizás nuestra habitual tendencia a femineizar todo lo bonito y atractivo de esta tierra nuestra. Al hablar de este tema , es obligado mencionar que existen dos farolas españolas más, cada una en nuestros archipiélagos : “Sa Farola” (La Farola ) en Ciudadela, Menorca y “La Farola del Mar” en Santa Cruz de Tenerife, Canarias. Esta última cantada en una célebre isa, que también refleja la escasez del gas que debió en el pasado impedir, de vez en cuando, su natural lucimiento. (Si esta noche no alumbra…).
En el pasado
Vigía de la costa
Luciendo espléndida en la noche
El photoshop no es nuevo
`Sa Farola´ Ciudadela (Menorca)
"La Farola del Mar" Sta. Cruz de Tenerife
Repertorio de Isas
¿Y qué malagueño es insensible al encanto de un símbolo tan nuestro y tan añorado cuando estamos lejos como nuestra Farola? Por eso, precisamente me ha gustado mucho esta entrada, ya que desconocía detalles acerca de su antigüedad, por ejemplo, y sus vicisitudes. Lo de la inocentada muy bien urdido jeje.
ResponderEliminarTan sólo añadiré que cuando veo sus destellos y los cuento me acuerdo de que mi madre me traducía sus giros luminosos (sí, 3+1) y que los marineros la "oían" decir: "Un, dos, tres... Málaga es".
Preciosa exposición de una imagen tan entrañable y tanto sabor de Málaga.
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