Dice el brindis legionario: ¡Ah, cuán borracha era! Ser o estar. To be or not to be. Curiosa correspondencia de dos situaciones verbales tan distintas y tan próximas a la vez. Ser borracha o estar borracha.
Sin coña, amigos. ¿Realmente era borracha nuestra madre Eva? Y si lo era ¿porqué? Quizás se trate de una calumnia sexista. ¿No decimos, en primer lugar, que bebió nuestro padre Adán? ¿No era él también un borracho? ¿O es que ella no aguantaba los vapores etílicos como su partenaire?
Si se dio y/o se dieron a la bebida ¿fue antes o después de la jodida expulsión del Edén? Cabe suponer que si bebían (mejor ciñámonos solo a ella) antes del hecho en cuestión podía ser por muchas razones. Pensemos en algunas: aburrimiento, como estimulante de apetitos carnales, porque se sintiera maltratada por Adán o, sencillamente, era proclive a dicha adicción, o sea que le gustara el vinate.
No obstante, yo me inclino a creer que reparó en el líquido infernal, que se cría entre matas, después del soberano rapapolvo divino. A partir de ahí empiezan los problemas, sus problemas, los nuestros. Hasta entonces vivían felices y comían perdices y lo perdieron todo por probar una frutita.
A cambio encontraron otras cosas. La primera de ellas, la vergüenza; antes, pues, eran unos sirvengüenzas. Ahora la conocen y reconocen sus vergüenzas; o sea, que se ven en bolas como el Creador los trajo al mundo. Ese bien podría ser, unido a la sensible y total pérdida de la sociedad del bienestar que disfrutaban ¿a qué me suena eso?, repito ése podría ser el punto de arranque de la afición alcohólica de Eva. Digo de Eva, porque posiblemente bebiera secretamente, mientras su hombre se iba de vinos con Caín que ya apuntaba maneras. ¡ Y claro, para más inri, Eva no tenía ni la opción del adulterio! Y encima ocuparse de nuevas tareas sin electrodomésticos.
Pero esas son otras cuestiones. Volvamos al día D y la hora H, la de la expulsión del Paraíso. Es fácil imaginar que, perdiendo lo que perdieron, cayeran en depresión, tras echarse las culpas mutuamente. ¡ Y aquí aparece el fruto de la vid y sus renombrados enólogos posteriores, con Noé en lugar privilegiado. ¿Acaso Caín no pudo enarbolar la quijada de burro contra su hermano con un 0,8 de tasa de alcoholemia? Continuemos, sintieron vergüenza y se taparon.
Primera pregunta. ¿Con qué se taparon nuestros primeros padres tras comer el fruto del Árbol de la Ciencia y sentir por vez primera vergüenza de su desnudez?
Segunda pregunta, atención. ¿Cuál era ese fruto prohibido?
Tercera pregunta, que en realidad es consecuencia de lo que respondamos a las dos anteriores. ¿El árbol con cuyas hojas se taparon era, por tanto, el mismo árbol cuyo fruto comieron...u otro que crecía por allí cerca?
Creo que, de buenas a primeras, todos nosotros responderíamos lo mismo: que se taparon con hojas de parra y que lo que comieron era una manzana; ante la tercera pregunta quizá nos quedaríamos un poco pensativos... Lo lógico es que, como el sentimiento de pudor surgió en el momento mismo de morder el fruto, Adán y Eva se taparan con lo que tenían más a mano, ¿no?, con lo primero que pillaron. Pero claro, entonces se taparon con hojas de manzano. ¿Y se puede tapar uno -tapar bien tapado- con hojas de manzano?
Para solucionar este dilema lo suyo es consultar el Génesis, capítulo tres. Y ahí está la sorpresa, que en el Génesis no se dice nada, ni una palabra, sobre cuál era el "fruto prohibido", pero sí se dice explícitamente que se taparon con...¡hojas de higuera! (estupendas, por su buen tamaño, para tapar lo que se quiera). Así pues, ¿de dónde hemos sacado nosotros eso de la manzana de Eva y eso de que se taparon con hojas de parra? No de la Biblia, desde luego. Lo hemos sacado de las imágenes, no de los textos. De las imágenes que, desde el Renacimiento en adelante, nos han ido acostumbrado a una determinada iconografía ( y el hecho de que no estuviera sustentada en las Escrituras era lo de menos, porque tampoco las contrariaba en lo sustancial: fuera una manzana fuera un kiwi, lo grave era habérselo comido).
Y así, entre manzanos del norte, higueras del sur, y parras aquí y allá, las combinaciones posibles resultaron numerosas y curiosísimas. Un resumen de ellas:
Detalles del díptico de Durero en el Prado, del grabado de Durero en Frankfurt y del cuadro de Baldung Grieg en Budapest.
Adán y Eva se tapan con hojas de manzano y el fruto es una manzana. La opción más nórdica. Coherente, pero sin relación con el Génesis. Es el cuadro de Durero en el Museo del Prado, por ejemplo.
Los dos se tapan con hojas de parra, pero el fruto es una manzana. Incoherente y sin relación con el Génesis. Es el cuadro de H. Memling, algunos de los de Cranach, el grabado de Durero, etc.
Adán se tapa con una hoja de parra (que casi parece una hiedra), pero Eva lo hace con un ramito de manzano. Y comen una manzana. El cuadro de Baldung Grieg, en Budapest.
Los dos se tapan con hojas de higuera, pero comen una manzana. De hecho, hay dos árboles: higuera y manzano, claro está. Es la opción de Tiziano, diplomático él, copiada más tarde por Rubens (las dos en Madrid).
No se tapa nadie y lo que comen son higos. Fresco de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina (y no vale decir que estaban a punto de comerlo: en la escena contigua ya lo han mordido, así que si están en cueros es porque el pintor lo quiso.
Conclusión. El fruto prohibido era un higo, el árbol de la Ciencia una higuera, pero los pintores renacentistas del norte no tenían la más remota idea de cómo era este árbol ni su fruta. Los taparrabos estaban hechos con hojas de higuera, como dice el Génesis. En los manuales de iconografía se nos dice que los primeros exegetas de la Biblia siempre hablaron del higo-fruta prohibida, y en las representaciones más antiguas tampoco hay duda. Adán y Eva desoyeron las órdenes de Yahvé -no probaréis el fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal- se comieron el higo, y fueron inmediatamente expulsados del Edén. Y nosotros con ellos. La pregunta que queda en el aire, para terminar, es si empezó ahí la mala prensa de la higuera. Una higuera estéril fue maldita por Jesús de Nazaret. De una higuera se colgó Judas, por lo visto...
Y sin embargo, la higuera fue durante siglos la fuente principal de azúcar- junto con la miel- de todos los pueblos del Mediterráneo. Inseparable de la vid y del olivo, que conocieron mejor suerte, hoy la higuera hace las veces de pariente pobre. ¿Por qué, si los higos son tan ricos?...
Decididamente, si Eva era borracha pudo ser porque a menudo se quedaba a solas con la tentación de su higo. De la serpiente hablaremos otro día.
Tiziano
Lucas Cranach
Miguel Ángel
Curiosamente, en el budismo e hinduísmo la higuera es el árbol del sabio, y por lo tanto sagrado. Bajo ella meditó Siddharta, y bajo ella alcanzó el Nirvana, la revelación del sumo conocimiento...
ResponderEliminarYa está dios jodiendo: en el paraíso se puede hacer de todo, menos comer higos... pues anda que...
Pronto me iba yo a tapar mi tesoro con hojas de higuera, después de ver en tus brazos y espalda lo que hace su savia...
En efecto,eso mismo pensé yo respecto al taparrabos de hojas de higuera,jajaj.
Eliminar"...-Ven- dijo un atardecer el ama- lleva estas brevas a la domus del camino. Son del arbor sancta y pueden hacerle bien.
Acompañé a mi madre con una cesta de mimbre, donde los jugosos frutos se ocultaban bajo las grandes hojas lobuladas que emitían una áspera fragancia. Me colocó un manto anaranjado y lo sujetó con aquella fíbula, regalo del acróbata extravagante, tan preciada para mí.
Aquella vez, surgió ante nosotros el alma de un viejo lobo; en toda su majestad. Yo sentí miedo cuando lo vi sentado en una litera, mientras el sol se acababa de ocultar con una vertiginosa rapidez. Mi madre, tras saludar a los lares, traspasó el jardín pensando que a su paso encontraría a alguno de los dos sirvientes. Pero se encontró con él.
Miento; se encontró con sus ojos. Todo su ser se concentraba en unos ojos inmensos, negros e interrogantes como la noche que avanzaba. Cuando nos oyó levantó la cabeza y, de entre los pliegues que la cubrían, emergieron sus facciones de doliente pensador interrumpido.
Yo proferí un grito agudo, mientras me refugiaba entre los ropajes maternos, Ella se disculpó entrecortadamente, sin disimular que temió su ira. El hombre se incorporó levemente y con un rictus de asombro extendió sus manos.
Naifa también le extendió las suyas, largas, negras y delicadas, portando en su palma el obsequio que destilaba una gota de ámbar y allá, en su pedúnculo recién cortado, el rastro denso y blanquecino de poderoso semen vegetal. Lucius Aelius se impregnó, sin querer, los dedos con la sustancia y Naifa, contraviniendo todo protocolo, se apresuró a enjugarlas con las suyas. Luego, avergonzada, se pretextó.
-Escuece- se limitó a susurrar fijando las pupilas en sus sandalias.
El hombre la miró largamente y Naifa se vio impelida a continuar.
-Pero cualquier herida cicatriza mejor si se vierte sobre ella un poco de leche de higuera. Y es muy útil en las provocadas por la mordedura de algún animal."
¡Escribe la novela de una vez!
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